martes, 19 de marzo de 2013

Un café en el Peña Telera (Sierra de Partacua)

Mantenía una relación amistosa con Javier desde hace más de 20 años. Últimamente nos veíamos con cierta frecuencia, aunque de forma imprevista, vivíamos en barrios muy próximos, aprovechábamos los encuentros para charlar un rato. Era un conversador de verbo fácil, ameno y abierto. Y nos despedíamos siempre con el permanente proyecto de quedar para tomar un café, más tranquilamente. Al final el proyecto ha quedado aplazado, dependiendo sólo de mí. Como sé que era, en el fondo, un hombre de paciencia, yo no voy a forzar las cosas. Lo que si tengo claro es que cuando llegue la ocasión, aceptaré su invitación y el encuentro será en Partacua donde coronaremos la Peña Telera, que no es mal sitio para apurar ese café pendiente. Mientras tanto me quedará el recuerdo del amigo querido que se adelantó y se precipitó en llegar al lugar de la cita. Cuando le conocí, creo que hacía poco tiempo que se había cerrado la histórica librería familiar Pueyo. Entonces me dejó un conjunto de libros procedentes de allí. Cuando conocí a Javier recordé que mi padre, maestro en pueblos de la provincia de Toledo, pedía sus libros, en la post guerra y más adelante, a la "acreditada librería Pueyo de Madrid." fundada por el abuelo de Javier: Gregorio Pueyo. Mi padre tenía en gran prestigio a esa librería, para él la referencia en Madrid a la hora de comprar cualquier libro:"eso, escribes a Pueyo y en unos días..." decía. Después nos seguimos tratando de forma continuada. Luego me visitaba de vez en cuando ya como amigo. Siempre me invitaba a ir a sus excursiones a la montaña; yo no encontraba ocasiones para responder positivamente así que finalmente me hacía sugerencias por e-correo, si estaba aquí o allá, me decía: “…te digo que no debes perderte el espectáculo…”, haciendo alusión a lo que él había visto y disfrutado. Así que con la actual formulación del proyecto del café en Partacua, por fin aceptaré sus dos invitaciones a la vez. Javier era un hombre curioso con delicadezas e intereses culturales. En una ocasión me enseñó un álbum de fotos antiguas familiares que por entonces estaba catalogando con esmero y cariño, y me fue contando la historia de cada foto antigua. Recuerdo en particular el retrato de un personaje de alguna rama del esoterismo que había venido a Madrid, siendo la sensación de entonces, quizá a principios de siglo XX y se había relacionado con su abuelo. La última vez que le vi, estaba muy contento, me habló de sus últimas excursiones, le vi como siempre, dicharachero y muy animado, aunque con ese toque especial que tenía de sutil melancolía, es mi visión. Nunca me dijo nada sobre su enfermedad, me impresiona ese silencio. La noticia de su muerte me resultó muy conmocionante. La amistosa relación con Javier estaba basada en un sincero afecto por mi parte. Me parecía un hombre bueno, cariñoso, compartíamos la afición por las cosas histórico-culturales -familiares, yo admiraba su amor a la montaña. Siempre me pareció un hombre por encima de sus circunstancias.
Ahora estoy copiando las bonitas y entrañables fotos de Javier y familia, aportadas por su hija, en el blog de “Senderos y picos”, Tributo a Javier Pueyo. También he visto y escuchado el vídeo con su voz. Emocionante, ¡lo que nos brinda la tecnología! En fin nos queda su grato recuerdo, le recordaremos entre montañas o callejeando por Madrid. En cuanto a anécdotas contaré algo gracioso. Como vendedor estaba en realidad bastante al margen de la agresividad (combatividad) que se le supone al vendedor, quizá  por su temperamento, quizá por su origen en la librería, donde la venta es muy pacífica: se atiende al cliente que quiere un libro predeterminado  que solicita, o que elige algún libro de los que explora en su propia búsqueda, todo tranquilo. Cuando él ofrecía sus productos, de entrada desanimaba al posible comprador:"esto no se vende ya, llevo tiempo con ello y nada" y otras frases por el estilo. En el ámbito de la librería resultaba un caso curioso, ya que, a lo que el librero está acostumbrado es a los representantes de distribuidoras que quieren "vender la moto" al cliente, colocándole un título, y buen número de ejemplares de él, proponiéndoselo como el éxito del momento, cuando, a todas luces, el cliente (el librero) puede ver que se trata de un novelón invendible o cosa por el estilo. Después, cuando lo que presentaba eran artículos de importación, se repetía lo de los libros, desanimaba al posible comprador, aclaraba que aquello no se podía vender, no tenía interés y había mucha competencia. Efectivamente, eran los primeros tiempos en los que empezaban a proliferar los chinos y sus baratijas. Aquellos mecheros, relojes, estuches, tenían poco futuro comercial, él lo sabía. Que el vendedor  desanime  al posible comprador y hasta le dé razones para no comprar,  resultaba exótico. Una mezcla de sinceridad, nobleza y distanciamiento, en el fondo, del acto de la venta, en su condición de vendedor, creo que era el origen de su extraño comportamiento. Si no creía en el producto, sinceramente, desanimaba al comprador. Yo creo que su cabeza, su mundo, estaba fuera de aquello, que aquello era su destierro. Quizá todos pasamos parte de nuestra vida en algún destierro. Ojalá ahora Javier haya encontrado su lugar y en él la paz. Francisco G. Gómez de Agüero

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